La malvada hechicera Etelka Herzen murió desangrada, mordiéndose la lengua, sin que pudiéramos hacer nada para mantenerla viva y unirla a nuestra causa contra el caos tras mostrarle que fue engañada, debido al lamentable estado en el que ya se hallaba tras el combate. De su cadáver recuperamos la último llave de forma tubular de la torre de señas donde trabajaban los enanos Reik arriba, y tomamos rumbo hacia allá con la intención de desvelar el secreto que guardaba aquella torre que estaba infestado de necrófagos, tras enterrar al druida que murió en combate y despedirnos de Naugrim Thorondor, que fue en persecución del huido.
Como ya es costumbre, no recibimos ningún agradecimiento en la zona por eliminar a aquellos adoradores del Caos, teniendo que pagar por el uso de las esclusas para seguir con nuestro camino. Tomamos un descanso en Kemperbad antes de llegar a la torre, y mientras deambulábamos por la ciudad Otto recibió una nueva carta de parte de un niño mensajero, dónde le exigían el pago de las 20.000 coronas de oro que debía Kastor Lieberung, ya fuese yendo el mismo a Middenheim, o esperando una semana, fecha en el que contactarían con él, junto al mechón de cabello que le arrancaron días antes.
Ignorando la petición, ya que ni contamos con 20.000 coronas, ni se las entregaríamos a nadie en caso de tenerlas, reanudamos el viaje hasta llegar a la torre, y tras un intercambio de saludos amistosos con los enanos, nos adentramos en la construcción subterránea e introdujimos la llave en el hueco sobrante, abriéndose el suelo bajo nuestros pies, conduciendo a otra sala; Delezar no pudo esperar, atraído por los objetos mágicos que podrían esconderse, y cayó directamente por el agujero en vez de desplazarse por las esquinas. Seguro que le dolió. Pero no más que no encontrar nada útil.
Investigando en la habitación recién hallada, encontramos notas antiguas de un hechicero que hablaban de la caída de un meteorito, y la intención de transportarla a Wittgendorf, a una cámara especialmente preparada para ello; aquel que lo transportó tenía la convicción de que con su ayuda se convertiría en la persona más poderosa del mundo. Sospechando del mal uso que le podría darse o se le daba actualmente, ya fuese por los herederos de aquel hechicero, o por gente como Etelka, la Corona Roja o la Mano Púrpura, y el recuerdo de Bögenhafen aun reciente, nos dirigimos a la aldea de Wittgenstein, en busca de aquella gran roca de disformidad.
Wittgenstein era una aldea que ya habíamos pisado con anterioridad para comprar limones, y aunque en su tiempo nos llamó la atención el aparente retraso mental de los aldeanos y la podredumbre que reinaba en toda clase de vida alrededor, cuando nos adentramos en la aldea y vimos que aquellos aldeanos, fruto de relaciones endogámicas durante años, se alimentaban de cadáveres humanos nos impactó gravemente.
Fue mientras tratábamos de convencer a aquellas personas de abandonar esos oscuros hábitos de una vez por todas cuando vislumbramos la bajada de una mujer vestida de blanco a caballo, acompañado de un pequeño séquito de guardias con armaduras de placas con los visores bajados, como si fuesen a la guerra. Este peculiar grupo se acercó a un aldeano, y lo llevaron al castillo, sin forcejear siquiera.
Extrañados, preguntamos a la gente qué había pasado: al parecer, una vez a la semana, Lady Margritte von Wittgenstein elegía a uno de los campesinos y lo llevaba al castillo, donde gozaba de una vida de comodidad durante el resto de su vida, librándose de la miseria que vivían en la aldea; los demás aldeanos se lamentaban de que no fueran elegidos, aunque nosotros, ya por experiencia, no nos creíamos esa versión de que se los llevaban para ofrecerles una vida mejor, sino que sospechábamos de algo más oscuro, donde que el aldeano era la comida de los habitantes del castillo era lo menos terrorífico.
Mientras Delezar y yo nos dirigimos al semiderruido templo de Sigmar, el herético de Otto fue hacia el bosque, con la intención de cazar algo para aquellos caníbales, y convencerlos de que dejaran de comer carne humana de esa forma; encontró vacas y cabras pastando en la cercanía del pueblo, donde la hierba era misteriosamente más brillante que de costumbre, y tras asegurarse de que nadie le veía, lanzó una flecha a una cabra, matándola en el acto. Cuando fue a recoger a la cabra para llevarla a la aldea, se dio cuenta de que aquella cabra, al igual que las demás, contaba con 2 cabezas. Por mucho que le impactase aquella mutación, al no tener que comer él la cabra, no mostró signos de verdadero asco al entregar a la cabra a los hambrientos aldeanos.
Cuando se dirigía hacia el templo, lugar abandonado hace tiempo cuyo estado Delezar y yo intentábamos mejorar, Otto fue alcanzado por Jean, doctor bretoniano y una especie de regidor de la aldea. Jean alcanzó una invitación a nuestro grupo para una cena con él, pero Otto, horrorizado por todo lo que encontró en la aldea, le increpó que él era el culpable del estado y las costumbres de los aldeanos, y se despidieron el uno del otro de manera bastante tensa, aunque con la invitación de la cena sobre la mesa.
Para cuando Otto se unió a nosotros en el templo de Sigmar, Delezar y yo habíamos puesto en orden la planta principal, y habíamos descubierto la historia del héroe Siegfried, fundador del pueblo, quien defendió la zona de ataques de seres del Caos con su legendaria espada Barrakul.
En busca de rastros del sacerdote de Sigmar del templo, nos adentramos en las criptas subterráneas de la construcción, para encontrarnos con 8 tumbas, de las cuales 7 habían sido profanadas, siendo robado lo que contenían y comido el tuétano de los huesos; en cambio, encontramos una tumba cerrada, cuya losa tenía rastros de que habían intentado abrirla una y otra vez por las marcas de arañazos, pero no lo lograron: se trataba de la tumba de Siegfried.
Pensando que un corazón puro y con intenciones nobles podría abrir la tumba, intentamos abrirlo y lo abrimos sin ninguna complicación, encontrando los huesos del héroe, junto a Barrakul envainada; pidiéndole la cesión de la espada temporalmente, hasta que librásemos de todo mal la aldea, tal y como hizo él en épocas pasadas, intentamos desenvainarlo de uno en uno, pero sin ningún resultado. Puede ser que no seamos merecedores de portarla, o que aun no había llegado el momento para volver a esgrimirla. Sea como sea, la dejamos de nuevo junto a su dueño.
Teniendo tomada la decisión de salir del pequeño recinto donde se encontraba la tumba de Siegfried, escuchamos unas voces que llegaban de las cavernas que se hallaban más al fondo en la cripta, hablando entre ellos acerca de si algunos habían venido de nuevo a tomar su comida, mencionando el castillo.
Al no saber a qué nos enfrentábamos, y al contar con una armadura de placas, al igual que los guardias que vimos por la mañana, me bajé el visor del casco y salí al pasillo, confiando en que no se atreverían a atacar a nadie del castillo, tal y como acerté por suerte.
Se trataban de humanos, o fueron en su día, que habían vivido en la oscuridad de las criptas durante años, y se habían amoldado a ella, convirtiéndose en seres de piel y hueso que se arrastraban en la oscuridad. Mostraron intención de comerse a Delezar y a Otto al no llevar el traje de acero del castillo, pero logré engañarlos hasta que tomamos una posición ventajosa para el ataque, y eliminamos a aquellas abominaciones.
Habiendo anochecido casi para cuando salimos de las criptas, nos retiramos a los camarotes del barco, a descansar. Por la mañana nos despertó un ruido, y al ir a ver qué ocurría, nos encontramos con algunos guardias del castillo junto a un capitán, quienes tenían intención de embargar nuestro barco, por no haber pagado las tasas de amarre.
Les explicamos que nadie pidió nada por amarrar el barco, ni que había un lugar acomodado para dignarse a cobrar por ello, pero que aun y todo estábamos dispuestos a pagar, palabras a las que no hicieron caso, e insistieron en su intención de robar nuestro barco.
Antes de que pudiesen hacer nada, retiramos la escala de subida al barco, y nos fuimos de allí, dejando atrás con los gritos que decían que no volviésemos a ir, cosa que íbamos a desobedecer, pues esa aldea necesitaba una purificación del Caos que reinaba. Por cosas como ésta nos lamentamos de no haber instalado un cañón en el barco.
Atracamos el barco en Kemperbad, donde pagamos los gastos de amarre de todo un mes, y de manos de un sacerdote de Sigmar logré un amuleto que daba buena suerte a su portador, para evitar los peligros en los que nos íbamos adentrar.
Diciendo adiós al barco, nos dirigimos en nuestros caballos de vuelta a Wittgenstein, dejándolos a cierta distancia de la aldea, para pasar desapercibidos.
Nada más llegar, una joven madre nos pidió que ayudásemos a su hijo, quien había enfermado tras darle el aguardiente del doctor, remedio que usaban para evitar una enfermedad que asolaba la aldea. Al ver al niño, decidimos ir lo antes posible a ver al doctor Jean, pues el niño tenía patas de araña que salían del vientre, entre otras mutaciones del caos.
Buscamos al doctor por toda la casa, pero no acertamos con él a la primera.
En su despacho encontramos cartas que había escrito para Lady Margritte, por las que supimos que sufría una fascinación por ella, y que ella le proporcionó un material para la elaboración del aguardiente. En la busca de Jean, también encontramos a un hombre gigante y tonto que estaba destilando el aguardiente en una choza de madera; tras hablar con el hombre derrumbamos la choza desde fuera, para que no pudiese destilar más aquella bebida mutágena.
Encontramos al doctor en el sótano de su casa, despedazando un cadáver humano. Le increpamos lo que estaba haciendo y lo de las mutaciones, pero cuando dijimos de ir arriba para hablar, lanzó unas sanguijuelas que tenía en un bote a la cara de Otto, cuales penetraron la piel de Otto y quedó desfigurado por cicatrices tras la extracción que practicó Delezar, y huyó por un túnel que se encontraba en la habitación; intenté perseguirlo, pero tuve que desistir a un tiempo, pues el peso de la armadura era excesivo para correr tras él.
Gracias a su buena orientación, Otto dedujo que el camino iba hacia el templo de Sigmar, así que fuimos hacia allí para interceptarlo, pero vimos que la gruta proseguía más aun. Seguimos la ruta hasta llegar al cementerio, y guiados por las huellas que Jean no trató de evitar hacer, nos adentramos en un mausoleo. Mirando los nichos pudimos averiguar en cual se escondió, y lo sacamos de allí, para que confesase de sus crímenes.
De su boca supimos que meses antes ocurrió una extraña tormenta en la que hubo lluvia de color oscuro, que dejó todo más estéril aun de lo que antes era y los aldeanos quedaron sin ninguna vitalidad, y que fue gracias al aguardiente que le enseñó a hacer Lady Margritte, con un ingrediente secreto, por el que los aldeanos recuperaron parte de su vitalidad. Le preguntamos acerca de si ese material era la piedra bruja, y si estaba al tanto de las mutaciones que provocaba, y sostuvo que era un precio que él estaba dispuesto a asumir, por lo que lo encerramos de nuevo en el nicho, atado, hasta que volviésemos, y fuimos a reunirnos con la madre de la criatura mutante, para darle una muerte rápida sin que la madre supiera, ya que no había ni cura ni posibilidad de supervivencia ya.
En los linderos del bosque nos hizo señas una mujer, quien a diferencia de la gente de la aldea, no mostraba ninguna anomalía; nos contó que ella formaba parte de aquellas personas que huyeron al bosque para escapar del horro de la aldea, y que tendríamos su ayuda para derrocar a los Wittgenstein de su fortaleza.
Así, la seguimos por el bosque, logrando evitar a los guardias del castillo que patrullaban en nuestra busca gracias a las ilusiones de Delezar, y en una zona donde la influencia oscura del castillo no parecía afectar debido al buen estado de la vida vegetal allí, nos encontramos con una sacerdotisa, quien había tomado el papel de líder para aquella gente sin esperanza.
Nos mostró una posible entrada secreta que podía haber al castillo, a través de una cueva, y nos prometió que si lográbamos descubrir que realmente conducía al castillo, nos ayudarían con el ataque a Wittgendorf.
Ni cortos ni perezosos, partimos hacia la cueva. Allí encontramos murciélagos gigantes, montones de setas venenosas, un riachuelo que parecía dirigirse al pozo de agua del castillo, un ser con ventosas que atacaba en la oscuridad (al cual aniquilé), y también localizamos una trampilla que se dirigía al patio dentro de los muros exteriores del castillo.
Habiendo cumplido lo que nos habían asignado, volvimos a la pequeña aldea del pueblo, a dar a conocer nuestros descubrimientos.
Ahora toca diseñar un plan de ataque que servirá para salvar a la aldea de Wittgenstein de la influencia caótica del meteorito y de sus dueños. Para ello, no dudaremos en envenenar el pozo de agua del castillo desde la cueva, esparciendo el veneno de las setas venenosas que hay en la cueva en el riachuelo subterráneo, ni provocar una revuelta campesina contra sus señores, hablando de la buena vida que llevan en el castillo mientras ellos están condenados al hambre y a las enfermedades.
Para provocar la revuelta, la ayuda de la espada Barrakul, que una vez protegió la aldea de las fuerzas del caos, sería de gran ayuda, pues si no son unos ignorantes completos, la espada de su héroe local debería infundirles confianza. Tal vez ahora sea la hora de empuñarla por una buena causa.
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